miércoles, 30 de marzo de 2016

Carta a quienes cuidan de un enfermo de Alzheimer

Carta a quienes cuidan de un enfermo de alzhéimer

No estamos preparados para esto; de verdad, es imposible estar preparado para lo que se viene encima”.

Éstas son las palabras de un viejo amigo a cuyo padre le acaban de diagnosticar la enfermedad de Alzheimer. Desbordado por la realidad que afecta a su padre pese a estar metido como yo en el mundo de la salud natural y haber leído multitud de libros sobre la enfermedad.

Ocurre de golpe: hace dos meses, su padre le explicó por teléfono que acababa de volver de un viaje a Grecia con un amigo de la infancia, que sin embargo había fallecido hace mucho tiempo, y que tenía que ir a la fábrica, aunque ya está jubilado.

En ese momento, mi amigo no lo entendió. “Vaya”, se dijo a sí mismo, “ha debido tener un lapsus mental”.

Es usted quien ya no reconoce al enfermo

Cuando uno conoce al enfermo desde hace décadas, la transformación es imposible de creer al principio. Suele decirse que los enfermos de alzhéimer ya no reconocen a las personas de su entorno.

Pero también es cierto a la inversa: usted también deja de reconocer a la persona enferma de alzhéimer.

Se intenta actuar con la misma lógica que hasta entonces, pero esa lógica la persona enferma ya no puede entenderla, ya que ha entrado en otro mundo. Usted se imagina que basta con hablarle más despacio, repetirle las cosas, tener paciencia… ¡Pero no es así!

Por eso la enfermedad de Alzheimer es tan traumatizante para su entorno.

De repente se verá compartiendo techo con un desconocido y tendrá que aprender a vivir con ello, sabiendo que ya no podrán mantener conversaciones ni compartir ideas ni ilusiones. Esa persona, a pesar de estar físicamente presente, vive en un universo mental aparte.

La conmoción es tan fuerte que llegará a dudar incluso de usted mismo y en algunos momentos no sabrá ya si quien tiene el problema es la persona afectada o si lo es usted.

El trauma de una vida de la que ha desaparecido toda lógica

El enfermo puede decidir levantarse en plena noche para ir a hacer la compra o, por el contrario, buscar su pijama para acostarse a las once de la mañana. Meter los restos de comida en el frigorífico, esconder las llaves, decidir de golpe marcharse a vivir a otro lugar e irse sin haber preparado nada…

Poco importa lo que usted diga, lo que piense o lo que haga, ni siquiera quién sea usted: eso ya no va a influir en absoluto en los actos de la persona afectada. Puede que le tome por su cónyuge, su padre, su hermano… puede que le haga jugarretas, maldades o que incluso le pegue.

Si se trata de su padre o su madre, el único modo de afrontar con algo más de serenidad este drama es decirse a sí mismo que tiene que ocuparse de él o ella de la misma manera que se habían ocupado de usted cuando era niño, sin ofenderse porque montase en cólera, hiciese tonterías o reclamase atención constante.

La enorme diferencia, por supuesto, es que, en el caso de un niño, esos comportamientos son acordes a su edad y su conducta va evolucionando día tras día como parte de su crecimiento y proceso de maduración.

¿De qué valen los consejos difundidos por tantos medios?

Multitud de libros, sitios web, organismos y asociaciones ofrecen consejos para los cuidadores de enfermos de alzhéimer:

Tómese descansos con regularidad, deje al enfermo al cuidado de alguien para no desmoronarse y váyase de vacaciones cada cierto tiempo.No se aísle, pida ayuda, acérquese a algún grupo de apoyo.No se cree falsas expectativas cuando el enfermo de repente parezca acordarse de algo que había olvidado, pues forma parte del proceso de la enfermedad.No se sorprenda de los cambios profundos de carácter y personalidad, pues son normales. No se tome como algo personal las maldades que el enfermo diga o haga.Si el enfermo ha olvidado que una persona de su entorno había fallecido, no vale de nada recordárselo. Le causará tristeza y, de todos modos, volverá a olvidarlo.Plantéese la posibilidad de llevarlo a alguna institución, está en su derecho, y puede que sea más seguro para el enfermo.

Todos estos consejos (y hay muchos más) son útiles.

Es necesario conocerlos y seguirlos cuando uno se ocupa de una persona que sufre alzhéimer, pero son limitados en la medida en que no ofrecen ninguna respuesta al desconsuelo de las personas que cuidan de un familiar afectado de alzhéimer.

Respuesta a la angustia de los familiares de enfermos de alzhéimer

Estas terribles preguntas son las siguientes:

Si esta persona tan querida me olvida y olvida todo lo que hemos vivido juntos, ¿qué quedará de lo que hemos vivido? ¿Sigue teniendo sentido nuestra relación? ¿Nuestra amistad (o amor) ha muerto?Quienes me ven pensarán que vivo con esta persona, pero se ha convertido para mí en un extraño al que no reconozco y que ya no me reconoce a mí. Por lo tanto, me encuentro solo y padezco soledad; echo en falta el calor humano, el amor y la amistad. ¿Dónde puedo hallarlos sin dejar de ser fiel a la persona enferma, sin traicionarla?Si una enfermedad puede transformar hasta tal punto a una persona y reducir a la nada décadas de relación, ¿de qué sirve haber vivido todo eso juntos? ¿Para qué vivir, simplemente? ¿Tiene algún sentido la vida?

He formulado estas preguntas a mi manera, pero hay otras más. El hecho fundamental es que la enfermedad de Alzheimer cuestiona las relaciones que más valor tienen para nosotros (a menudo un padre o una pareja) y parece que nos priva del sentido de nuestra existencia.

Por eso tantas personas caen en la depresión mientras se ocupan de un enfermo de alzhéimer. Y no es sólo porque estén preocupadas y fatigadas por los cuidados continuos que deben prodigar (que son durísimos físicamente y también psicológicamente).

La causa de la depresión es también -y sobre todo- que ante sus ojos se desmorona y se desvanece lo más valioso de su vida, lo que les era más necesario: la relación de amor o de amistad con un ser querido, cuestionando toda su vida y todas sus razones para vivir.

¿Cómo afrontarlo entonces?

Construir una filosofía personal

La única manera de no caer en el abismo que se abre bajo los pies es tener una sólida filosofía personal sobre la vida, si es posible, antes de verse enfrentado al problema.

Dicha filosofía, para que sea completa, debe incluir la posibilidad de la enfermedad de Alzheimer. Esto quiere decir que, cuando piense en las personas que más quiere, debe quedar claro en su fuero interno que no va a perder sus razones de vivir o de amarlas si tuvieran esa enfermedad.

Cada uno tiene su propio enfoque y nadie, evidentemente, puede imponer nada en esta cuestión.

Todo lo que yo puedo hacer es compartir con usted mi manera de ver las cosas. Quizá le inspire o, por el contrario, quizá desee actuar de modo diferente.

Sea cual sea su elección, me parecerá bien, mi único objetivo es ofrecerle pistas, reflexionar en voz alta con usted.

Mi enfoque más personal

La filosofía personal que yo propongo es renunciar a la actitud de consumidor en relación con las personas a las que amamos (padres, pareja, hijos e incluso amigos).

Dicho con otras palabras, respecto a cada una de estas personas, interiorizar el hecho de que no la quiere únicamente porque sea tierna, bella, agradecida, agradable, servicial, dispuesta, generosa o le admire.

Por supuesto, estas razones pudieron contribuir inicialmente a favorecer su apego mutuo. Es normal. Pero cuando la amistad o el amor maduran se crea un vínculo más profundo, que va más allá de eso. Este vínculo es la confianza, el respeto mutuo y, más aún, el recuerdo que guarda en su interior de todo lo que han vivido juntos, que les ha moldeado, que constituye la historia de su vida y explica lo que han llegado a ser.

Ese recuerdo es nuestro tesoro, es lo único que nos va a quedar cuando lo hayamos perdido todo. Es nuestra mayor riqueza, lo que nada ni nadie nos podrá nunca arrebatar.

Pero ese tesoro no existiría, no sería más que una ilusión si mi supuesta fidelidad, mi supuesto cariño, desapareciesen al cambiar las circunstancias.

Para darnos cuenta de qué quiere decir esto en la práctica, podemos coger una hoja de papel y escribir lo siguiente: “Quiero a mi hijo/mis padres/mi amigo/mi pareja porque…” y completar la frase con razones que no tengan que ver con las cualidades de esa persona, razones que sigan vigentes aunque esa persona cambiase.

Por ejemplo:

“Porque es quien ha hecho que comprendiese tal o cual cosa importante”.

“Porque me perdonó aquel día, cuando nadie más me habría podido perdonar…”.

“Porque es la única persona que me tendió la mano en ese momento difícil y sin ella hoy yo no sería nada…”.

“Porque me hizo descubrir tal o cual pasión que ha dado sentido a mi vida…”.

“Porque hemos tenido y hemos criado juntos a ese hijo al que tanto quiero”.

“Porque sin ella, jamás habría podido… (completar)”.

Normalmente, si hace el ejercicio con honestidad, la terminación evidente de la frase será: “Y, por consiguiente, tenga la enfermedad de Alzheimer o cualquier otra, jamás en la vida la abandonaré; si lo hiciera sería infeliz y no estaría en paz conmigo mismo”.

Muchas personas que se ocupan con paciencia admirable de un allegado enfermo de alzhéimer lo hacen de manera espontánea, sin pensarlo. Y de ahí sacan el coraje para no desesperar. Al contrario, esta fidelidad ligada a su compromiso refuerza su convicción interior de haber vivido una vida bella junto a esa persona, hasta el final (lo cual no quita, por supuesto, los momentos de angustia que pueden hacerse eternos, el miedo ni el sufrimiento de la soledad y, menos aún, las añoranzas del pasado).

Pero eso les permite evitar que una grieta irreparable se abra paso en su corazón, tirando por tierra sus recuerdos y llevándoles a pensar que toda su vida, pasada, presente e incluso futura carece de sentido.

Tal como he dicho al principio, lo ideal es construirse esta filosofía de vida antes de verse frente al problema del alzhéimer de un allegado, cuando aún se dispone de tiempo y se tiene la cabeza fría.

sábado, 26 de marzo de 2016

#Alzheimer saber más para cuidar mejor...

La educación es el medio para disminuir el costo de la ignorancia, no solo en beneficio de los enfermos, sino de la sociedad en general 

Muchos consideran, equivocadamente, que la educación en general es muy costosa. 

Lo que en realidad deberían entender es que la ignorancia tiene un costo mucho más alto.

sábado, 12 de marzo de 2016

El asesinato del padre Rutilio Grande

El asesinato del padre Rutilio Grande

Por: Iván C Montecinos*

En El Salvador, antes de 1977, asesinar un sacerdote católico era un hecho difícil de creer que  podía suceder, a lo mejor no había en ese tiempo  quien se atreviera a cometer semejante acto de sacrilegio, por el temor  al horrendo castigo divino de ir a parar al mismísimo infierno.

Esto a pesar de que ya se conocía de persecuciones a religiosos y en más de una ocasión el Gobierno militar había expulsado del país, a algún clérigo extranjero, por el delito de trabajar con las comunidades de bases y cristianas.

Por esta razón es que el pueblo católico se estremeció hasta la medula aquel 12 de marzo de 1977, cuando por la noche se conoció que el buen Padre Rutilio Grande había sido asesinado junto a sus  acompañantes, Manuel Solórzano, 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16. Este sacrílego hecho sucedió en horas de la tarde cuando el Padre Grande se dirigía  a oficiar una misa a la población de El Paisnal.

El Padre Grande fue víctima de una cruenta emboscada  por hombres al servicio de los nefastos cuerpos de seguridad de aquella época, así lo delataron el calibre de las mortíferas  balas que se alojaron en su cuerpo, fue asesinado por aquellos que imponían el terror con la fuerza de las armas, a pesar de que sobrevivieron unos testigos de aquel sangriento hecho,  no hubo juicio  y castigo para los asesinos, todo quedó como siempre en la mayor impunidad.

El cobarde asesinato del Padre Grande y sus acompañantes se da en momentos en que un gran sector de la iglesia católica se identificaba con el sufrimiento de los pobres, especialmente los campesinos que eran víctimas de una fuerte represión gubernamental por reclamar sus derechos fundamentales.

La identificación preferencial con los pobres llevó a que muchos sacerdotes nacionales y extranjeros  fueran perseguidos y secuestrados como el caso del  colombiano Mario Bernal Londoño, párroco de Apopa, secuestrado el 28 de enero de 1977;  y los clérigos  Rafael Barahona y David Rodríguez, párrocos de Tecoluca y San Marcos Lempa, respectivamente, quienes también fueron privados de libertad el 19 de febrero.

El Padre Grande asumió la conducción de la iglesia de Aguilares y se dedicó a trabajar con jóvenes laicos  quienes llevaban el mensaje evangélico a las comunidades de bases conformada por campesinos que estudiaban la palabra de Dios a la luz de la realidad nacional que vivían.

El padre Grande, en sus sermones hacía fuertes críticas al sistema de explotación que mantenía la oligarquía terrateniente salvadoreña, por eso adquirió la reputación de ser un sacerdote “radical”.

En los momentos en que el sacerdote jesuita Rutilio Grande fue vilmente asesinado, el país se encontraba muy convulsionado a raíz de las elecciones presidenciales realizadas el 20 de febrero y que ganó fraudulentamente el general Humberto Romero del Partido de Conciliación Nacional (PCN)  a la coalición de partidos aglutinados en la Unión Nacional Opositora (UNO), con sus candidatos el Coronel Ernesto Claramount y el Dr. Antonio Morales Erlich.

El 28 de febrero centenares de correligionarios de la UNO, acompañados por sus dirigentes, se concentraron para protestar el fraude electoral del gobierno, en la céntrica plaza Libertad, donde en horas de la noche llegaron las hordas militares a disolver la concentración a fuerza  de fusil G3 y de gases lacrimógenos que no respetaron, ni tan siquiera el interior de la iglesia del Rosario, donde se refugiaron centenares de manifestantes.

Como resultado de la bestial represión militar murieron más de 40 personas y hubo gran cantidad de heridos y desaparecidos.

Esa misma noche, como era costumbre de los cuerpos represivos, mandaban a los bomberos a lavar la sangre de los asesinados y heridos, para dar la imagen al siguiente día de que ahí  no había pasado nada.

El sacerdote jesuita Rutilio Grande fue el primero de 23  religiosos y religiosas asesinados antes y durante la pasada guerra civil que duró más de doce años, entre los que debemos recordar a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, 10 sacerdotes diocesanos, entre los años de 1977 a 1993; siete padres jesuitas, un franciscano,  tres monjas y una laica norteamericanas de la orden Mariknoll, asesinadas por guardias nacionales en Diciembre de 1980.

También es importante recordar que el asesinato del Padre Rutilio Grande, estremeció hasta lo más profundo el espíritu de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien el tres de febrero había sido nombrado Arzobispo de San Salvador  y en un acto de desagravio a este lamentable suceso convocó a una misa única para mostrar la unidad del clero. Esta liturgia se realizó el 20 de marzo de 1977 en la Plaza Barrios de San Salvador.

A raíz de este lamentable hecho, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, tomó una postura de mayor  crítica al orden establecido y la fuerte represión que imponían los cuerpos de seguridad, el ejército, los para militares de ORDEN  y los tenebrosos escuadrones de la muerte, por lo que años más tarde fue igualmente asesinado, un 24 de marzo de 1980.

Hoy, a 31 años del asesinato del Padre Rutilio Grande y sus acompañantes, su martirio fue recordado  con varios actos solemnes, comenzando con un Foro sobre la Impunidad, realizado en el parque central de Aguilares, enseguida los feligreses hicieron una peregrinación hasta el monumento conocido como Las Tres Cruces, que es lugar en la carretera al Paisanal donde fueron asesinados el Padre Grande y sus dos acompañantes.

Al mediodía se ofició una misa solemne en la parroquia de El Paisnal y por la tarde finalizó la conmemoración con actos culturales en esta misma localidad.

*“Y ahora escribe” Iván C Montecinos. Periodista colaborador de Raíces y Diario Co Latino.  

|| Artículo tomado de Internet para mantener viva la memoria histórica ||

miércoles, 2 de marzo de 2016

A mi abuela...

Las personas que dejaron un legado en nuestra vida, nunca estarán ausentes, porque su recuerdo las mantiene presente. No hay que intentar olvidar, para evitar sentir dolor, el dolor solo nos recuerda que nosotros aun estamos vivos, y que por lo tanto debemos sacar fuerzas para seguir adelante, a pesar de no tener a nuestros seres queridos con nosotros. Miro esta fotografía de su rostro, en donde veo una delicada belleza en sus arrugas, y me parece increíble que al verla, en mis labios aun pueda ser perceptible la sensación de darle un beso en su mejilla, y decirle, ¨la amo mucho, abuela¨. De decirle que la que es guapa es guapa. Hoy desaría tanto poder darle muchos besos, sobar su pelo y abrazarla fuertemente y no soltarla nunca. Pero vivo con la confianza que algun día podré hacerlo por la eternidad. ¨La amo mucho, abuela¨ Gracias por todo....