Lo que nuestros abuelos necesitan es amor y paciencia
Puede que nuestros abuelos no tengan la energía de antes, que les cueste moverse, que no se acuerden de quien eres, que de vez en cuando se les vaya el tono al hablarnos o que nos desquicien porque no ven nada positivo en su día a día.
Puede que así sea y que así tenga que ser, porque los abuelos están hechos de rutinas y de necesidades que no entendemos. Es más, puede que a los que somos más jóvenes que ellos se nos escape la lógica que explica esas demandas y ese “egoísmo sutil” que vemos en sus palabras.
Sin embargo podemos decir que en una edad en la que la sociedad despersonaliza a los mayores y les roba la intimidad, las inquietudes que ellos nos manifiestan responden muchas veces a su necesidad de reafirmar su identidad.
Cuando tus mayores te incomoden, recuerda que ejercen su derecho a decisión en una etapa de su vida en la que dependen de los demás. No rompas de impaciencia porque camina lento, no te irrites si grita, llora o da 20 vueltas para transmitirte su mensaje.
Cuando el discurso de tus mayores te impaciente, no olvides que puede ser la última vez que escuchas esa batalla de su pasado. Ámale en su vejez, dale lo que necesita. No importa lo que tarde en caminar, necesita tu apoyo y tu cariño.
Los abuelos NO son como niños
Las personas mayores son “como niños” en el sentido de que necesitan paciencia, atención, cuidados, comprensión y afecto. Quizás en ciertos momentos requieren nuestra atención y nuestra protección de un modo paternalista, pero eso no significa que tengamos que comunicarnos con ellos con un lenguaje infantilizante (elderspeak, en inglés).
No podemos tratarlos como si no supieran nada, pues son personas con historias de vida increíblemente ricas. Hablarles con diminutivos en exceso, simplificar el lenguaje, emplear una voz infantil o no tener en cuenta su capacidad de decisión es una manera incorrecta de tratarlos.
Así es que los abuelos no necesitan que los tratemos como niños porque no lo son. Son personas mayores que, por la edad y por posiblemente múltiples patologías, tienen ciertas limitaciones con las que tienen que convivir.
Por otro lado, es importante que hagamos una radiografía del maltrato a la persona mayor, algo mucho más común de lo que queremos creer. Violencia física y psicológica son las protagonistas de la relación entre los abuelos y los cuidadores principales.
No dejarles que tomen sus propias decisiones en los asuntos de la vida cotidiana, negarles asistencia, ofrecerles medicación excesiva o insuficiente, desatenderlos y violentarlos emocional o físicamente son los malos tratos que se dan de manera más común.
Cariño desmedido y paciencia infinita, las claves del cuidado
Aunque el cuidado de nuestros abuelos pueda llegar a resultar agotador, no podemos olvidar que esa tristeza y cansancio son parte del duelo que necesitamos elaborar. Es parte de la despedida, del adiós a un pedazo de nuestra alma que les pertenece.
Porque lo que nuestros abuelos necesitan es cariño desmedido y paciencia infinita. Ambos ingredientes fundamentales de la receta del cuidado, ambos bálsamos de su angustia y de su tristeza por sus capacidades perdidas y su adiós a la vida.
Con ellos se va todo aquello que no hemos compartido con nadie más y de lo que no quedarán testigos. Eso, sin duda, requiere un gran trabajo interior que la vida nos ofrece la oportunidad de realizar. No podemos desaprovecharla.
“Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.
Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso. Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.
Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana que ahora le parecen muy lejanas. Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos.
Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende ahora de nosotros para morir en paz”.
-Fabricio Carpinejar-
Tomado de: La mente es maravillosa
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