jueves, 5 de diciembre de 2019

Mi mamá quiere que le compre una memoria.

Mi mamá quiere que le compre una memoria.

¿Una memoria? Yo quiero que me compres una…
Así respondió  mi madre cuando mi hermana preguntaba por su memoria flash, extraviada en algunas de sus nunca ordenadas carteras.
Cómo explicarle que la memoria que ella quiere no es la que mi hermana buscaba. Cómo, si la que ella necesita se la ha arrebatado el mal de Alzheimer...
Es triste saber que no recuperará su memoria y que, por el contrario, cada día que pase la irá perdiendo más, hasta olvidarse de su propio nombre.

Mi madre padece de Alzheimer. De un día a otro comenzaron a fallarle algunos recuerdos y el presente a confundírsele con el pasado.
Tal vez nunca imaginó  terminar por encontrarse en un mundo perdido. Llora cuando quiere recordar y no puede. Salta de alegría, como una niña, cuando recuerda algo.
Hace un tiempo recitaba poesías, que aprendió mucho antes, para demostrar que estaba curada. Se ríe, contenta, sin saber qué pasa…
Ahora ya no recuerda que tuvo tres hijas y en el mejor de los casos habla de nosotras como si fuéramos pequeñas. Cuando alguien me nombra, pregunta, sin percatarse de que estoy a su lado: “¿Dania?, ¿Dónde está, que hace meses no viene por aquí?”

El Alzheimer, enfermedad degenerativa, afecta al cerebro y origina un deterioro gradual y progresivo de la memoria, de la percepción del tiempo y del espacio, del lenguaje y, finalmente, de la capacidad de cuidar de uno mismo.

Cuando una persona recibe la noticia de que lo padece, su familia cree que todo ha terminado, que algo imposible de superar acaba de ocurrir en sus vidas. Pero no es así. A partir de ese momento hay mucho que hacer por la calidad de vida del enfermo y de sus familiares más cercanos.

Aprender a convivir con el Alzheimer marca la diferencia, determina si en lo adelante será la mejor vida posible para el enfermo y sus familiares, o el drama. Lo más difícil de la enfermedad, tal vez, no es el propio paciente, sino su cuidador.

Ese es el trabajo de mi papá, hoy dedicado por completo a esa otra persona mentalmente impotente que hasta hace poco era su fiel esposa. Mami, su compañera de toda la vida, su cuidadora en el amor y guardiana de todas sus cosas, la que le preparaba el café, sus comidas, su ropa; su apoyo en tantas batallas, ahora es atendida por él, como una hija pequeña.

Mimos, medicinas, baño, alimentos a su hora y hasta algún regaño de vez en vez. Papi ha dejado de vivir por él, para vivir por ella.
Mami ya no lo reconoce y hasta lo ahuyenta de la cama en las noches. Al mismo tiempo, no puede estar sin él y lo busca por toda la casa; una casa que ya le es desconocida y en la cual se pierde.

A los que cuidan enfermos de Alzheimer debería reconocérseles de algún modo esa entrega que a veces dura gran parte de sus vidas. Yo,  por lo pronto, se la reconozco al mío, que con callada paciencia, tiernamente, cuida a mi madre tratando de disimular el sufrimiento que no pueden esconder sus ojos, aparentando una sonrisa que jamás volverá a ser la misma.

Tomado de El Sillón del Abuelo

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