Por tradición, la familia ha asumido una parte importante en los cuidados de las personas mayores, de pacientes con enfermedades crónicas incapacitantes, que viven o no, en el mismo domicilio.
Pero dentro del núcleo familiar estas tareas nunca han estado repartidas de forma ecuánime entre sus miembros.
Según datos extraídos del informe del Imserso de 2004, el 82% de los cuidadores son mujeres. De este porcentaje, un 43% son las hijas, un 22% son esposas y aproximadamente el 8% son nueras del paciente.
La edad media de las cuidadoras es de 52 años, aunque el 20% superan ampliamente la sesentena.
Además, el 60% de los cuidadores informales no comparte la tarea con otras personas, sean de la familia o no. La rotación familiar o sustitución del cuidador principal se da en muy pocos casos.
La mayoría están casados, comparten domicilio con el paciente dependiente y tiene una percepción de prestar cuidados de forma permanente y continua.
Por esta razón, la valoración sanitaria a domicilio de cualquier persona con algún tipo de discapacidad importante, física o psíquica, que requiera de ayuda de cuidadores, ha de incluir tanto la evaluación del propio paciente como de la persona encargada de su cuidado.
El aumento de la esperanza de vida y el consiguiente envejecimiento de la población, que va asociado a múltiples enfermedades crónicas e incapacitantes, y la reducción de la estancia hospitalaria son factores que determinan que uno de los servicios esenciales en cuanto a sanidad se refiere sea la atención sanitaria a domicilio.
Y para que esta atención sea de calidad es necesario contar con la presencia del cuidador informal.
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