Intentar no perder el contacto con los miembros de la familia, aunque sea a través de acciones simples, como una llamada telefónica de vez en cuando o una visita son actos que significan mucho para ellos, aunque no se reciba respuesta de su parte.
Tener para con ellos, ocasionalmente, pequeños detalles o atenciones.
Ofrecerles ayuda para proporcionarles tiempo libre y el descanso que necesitan, pero una ayuda específica y concreta, no “general” (del tipo ¿necesitas algo?), ya que a las familias les resulta difícil pedir ayuda.
Informarse sobre la enfermedad y sobre los cambios de comportamiento que ocasiona en el enfermo, para poder entender la situación a la que se enfrenta la familia.
Proponerles actividades que les ayuden a salir, relajarse y descansar, incluyendo al enfermo si es posible.
Aprender a escuchar, porque a menudo los enfermos y los cuidadores lo que necesitan es hablar con alguien, sin interrupciones. No es necesario ofrecerles respuestas, ni tampoco cuestionar o juzgar lo que explican. Basta con darles soporte y comprensión.
Preocuparse por el cuidador y animarle a cuidar de sí mismo, procurándole información y ayuda o compañía si es preciso.
Preocuparse de todos los miembros de la familia, incluido el enfermo, ya que agradece las visitas aunque sea incapaz de demostrarlo.
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